El reloj de piedra
Tenía trece años la primera vez que visité unas cuevas.
Para mí fue como entrar en otro universo.
Un universo repleto de infinidad de formas y colores, de brillos y matices. Cientos de esas caprichosas formas estaban suspendidas en el aire, otras se deslizaban hacia el cielo y muchas más reptaban por el suelo, tapizadas todas ellas por miles de gotas de agua que, al iluminarse, semejaban a un cielo plagado de estrellas.